Del árbol a la hoguera: Quema de libros en la dictadura chilena

Con el golpe militar del año 1973 no sólo se finalizó el gobierno de Salvador Allende. La junta militar puso en marcha unos de los planes más violentos contra el mundo intelectual de izquierda. No hay cifras precisas, pero las fotografías testifican que fueron miles los libros quemados bajo la Operación Limpieza, que buscaba liberar a Chile de publicaciones revolucionarias.

Por: Leo_ChavezB y @_RocioMontoya

La quema más grande en la dictadura de Pinochet. 23 de septiembre de 1973

La quema más grande en la dictadura de Pinochet. 23 de septiembre de 1973

En el transcurso de la mañana del 14 de septiembre de 1973 –apenas tres días después del Golpe Militar–, José Eusebio Rodríguez Hernández portaba una caja con libros de Karl Marx. Se dirigía hacia el campamento Nueva La Habana, cuando fue detenido por personal de Carabineros. Mientras que los libros fueron incautados, José fue trasladado al Regimiento Ferrocarrilero de Puente Alto, comandado por el Teniente Coronel Mateo Durruty Blanco.

Sin las más mínimas garantías que contemplaba la legislación para eventuales delitos militares en tiempo de guerra, José fue interrogado y sometido a un aparente consejo de guerra –del cual no hay constancia–. Luego fue transportado por personal del regimiento hasta el Cerro La Ballena, denominado Las Vizcachas. Por orden de Durruty Blanco, José Rodríguez fue fusilado.

Tras el golpe de Estado que afectó a Chile el 11 de septiembre de 1973, los casos como el de José Rodríguez, víctima de la nueva orden censuradora, se multiplicaron. La dictadura no tan sólo se llevó vidas humanas, ya que dentro de las primeras medidas estaba la cruzada por limpiar y ordenar el país del cáncer marxista –tal como el general Gustavo Leigh señalaba– de todos los organismos públicos, instituciones educacionales y ciudadanas.

Esta medida fue conocida como “Operación Limpieza”, destruyendo cualquier legado comunista en el país.

Bajo el alero de la Operación Limpieza, militares fueron ordenados a destruir y quemar cualquier elemento que aludiera a revoluciones, ideas marxistas o pensamientos diferentes a la imperante Junta Militar.

Si bien se realizaron distintas quemas a lo largo del país, el domingo 23 de septiembre militares llevaron a cabo la quema de libros más simbólica en la historia de Chile. Posterior al allanamiento en la remodelación de las torres San Borja, que terminó con seis residentes secuestrados y posteriormente fusilados en las afueras de Santiago, se acordonó el lugar habitado por militantes y simpatizantes de izquierda junto a funcionarios de la UP, lugar donde incluso se encontraban oficinas de gobierno de Allende.

A las 6 de la mañana del 23 de Septiembre, militares ingresaron a las torres habitacionales, sustrayendo cualquier elemento que hiciera alusión a revolución, iniciando fuera de las torres una hoguera hecha con libros y propaganda política contraria al régimen militar. Durante 14 horas las llamas se extendieron por los alrededores de las Torres San Borja, según recuerdan testigos. Al día siguiente, el diario La Tercera narró el suceso: “Hoguera hecha de libro y panfletos ardió todo el tiempo”

Con la misión de reconstruir culturalmente el país y extirpar las ideas revolucionarias de las mentes de los chilenos, la hoguera de las Torres San borja contó con miles de publicaciones relacionadas con política, historia, literatura, filosofía, sociología, de autores chilenos, latinoamericanos y del resto del mundo.

Las fotografías tomadas por los medios en aquel momento son crudas: militares cargando decenas de libros en sus brazos para luego incinerarlos. Entre las cenizas y las hojas chamuscadas se observan algunas portadas sobre el ex presidente Salvador Allende, y un gran número de libros de Marx.

Es así como lo recuerda Pedro Engels, quien desde la torre 19 del edificio San Borja alcanzó a ver el fuego en que los militares quemarían sus libros, obtenidos después del allanamiento en su departamento.

“Podía ver la hoguera a la que los iban a quemar. Finalizada la quema, y una vez que los militares se habían retirado, me dirigí a la calle para ver qué podía encontrar. Entre los libros mojados encontré “Las uvas y el viento” de Pablo Neruda en muy mal estado. Estaba prácticamente nuevo –antes de que se lo llevaran– y ya no tenía la dedicatoria que el poeta había escrito para mi abuela. A los otros libros les sacaron la tapa para quemarlas y dejaron los libros a un lado. Esos libros fueron los que recuperé”

De Quimantú al Cubismo: Todos a la hoguera

Cualquier texto considerado revolucionario terminaba en la hoguera. Entre ellos estaba los del Cubismo, por su parecido nombre con Cuba.

Cualquier texto considerado revolucionario terminaba en la hoguera. Entre ellos estaba los del Cubismo, por su parecido nombre con Cuba.

La extinta Editora Nacional Quimantú fue una de las tantas víctima de la Operación Limpieza. La empresa ubicada en la comuna de Providencia, creada por el gobierno de Allende, estaba a cargo de lanzar distintas publicaciones a un bajo costo para ser accesible a cualquier ciudadano. Obras clásicas, contemporáneas e investigaciones eran parte de su repertorio. La editorial llegó a publicar cerca de 250 títulos y producir más de 500 mil ejemplares al año. La destrucción luego del allanamiento de la editora ascendió a más de un millón de textos, los que debían terminar en estantes de quioscos y librerías.

No es casualidad que Quimantú haya sido una de las primeras empresas allanadas. En diciembre de 1973 pasó a llamarse Editorial Nacional Gabriela Mistral, conocida editora propagandística del gobierno militar. Una década después, tras malas gestiones, Gabriela Mistral es declarada en quiebra y tuvo que cerrar.

Tras el golpe de Estado, los militares destruyeron obras completas, los cuatro tomos de las obras finalizadas del Che Guevara y otros autores –muchos sin ninguna relación al marxismo– se hicieron presente. La televisión transmitió este hecho con el fin de aterrorizar a quienes estuvieran relacionados al gobierno de la Unidad Popular.

El terror de poseer un libro que pudiese clasificar como revolucionario fue la tónica en dictadura. Esa es la premisa que se lee con mayor frecuencia en los testimonios recopilados por la Universidad Diego Portales. En su exposición realizada en la Biblioteca Nicanor Parra sobre los libros prohibidos, quemados y destruidos en dictadura es posible percibir –gracias a los videos y audios– lo que la dictadura causó intelectualmente. El país se encontraba en Estado de excepción y, ante eso, los hogares podían ser allanados en cualquier minuto, sin justificación. La gente recurría a técnicas como cambiar las portadas de los libros, esconderlos en los entretechos, enterrarlos e incluso quemarlos. El miedo permanecía pese a que las quemas oficiales ya no se realizaban.

“Una cosa que hacen mucho en los momentos iniciales del golpe los primeros meses es tratar de aterrorizar, mostrar poder, mostrar fuerza” afirma Eduardo Santa Cruz, analista histórico de la prensa chilena. “Yo creo que –la quema de libros– es algo más bien simbólico, porque no es que estén quemando libros permanentemente, no es una política. Es para demostrar la fuerza”.

Fuerza que, finalmente, se impuso. La mayor parte de quienes poseían libros peligrosos, prefirieron ocultarlos.

Tal como señala el profesor Santa Cruz, la quema de libros en dictadura es puntualmente la hoguera en las Torres San borja del 23 de septiembre. No obstante, durante los 17 años del régimen se realizaron allanamientos de libros en todo el país, de los cuales muchos terminaron en cenizas.

La opción para salvar los libros prohibidos era quemarlos o esconderlos. Situación que vivió Alonso Cepeda, quien vivía con su familia en una casa prestada cuando se realizó el golpe militar. Apenas fue levantado el toque de queda, el dueño de la casa le solicitó la vivienda por temor, ya que la familia de Cepeda había convivido con amigos extranjeros. El dueño les dio sólo 24 horas para desalojar.

Tuvieron que deshacerse de toda evidencia comprometedora, incluyendo carátulas de discos y portadas de libros catalogados de revolucionarios. Cargaron todo el material en un auto Land Rover, prestado por un compañero de Alonso, y lo trasladaron hasta la casa de sus padres, donde enterraron sus libros junto a los de sus padres.

En el año 1983, Alonso Cepeda decidió desenterrar sus casi desaparecidas posesiones. Actualmente, se pueden encontrar en su biblioteca ejemplares como “Incitando al Nixonicidio” y “Alabanza de la revolución chilena” de Pablo Neruda, rescatados luego del largo periodo de censura literaria.

Un libro con la palabra revolución en su portada era prueba suficiente para llevar a detenido a su dueño. En algunos casos, la ignorancia de los militares llegó al nivel de quemar publicaciones que no tenían ninguna relación con el marxismo o ideas revolucionarias, como “El Cubismo” ­porque creían que estaba relacionado con Cuba­ o “La Revolución de las Matemáticas” –texto educativo escolar–.

Literatura revolucionaria, literatura castigada

Todos los libros de la editorial creada en la Unidad Popular: Quimantú fueron prohibidos. Muchos de ellos terminaron entre las cenizas. Foto:  facfilosofia

Todos los libros de la editorial creada en la Unidad Popular: Quimantú fueron prohibidos. Muchos de ellos terminaron entre las cenizas. Foto: Facfilosofia

Un libro con la palabra revolución en su portada era prueba suficiente para llevar a detenido a su dueño. En algunos casos, la ignorancia de los militares llegó al nivel de quemar publicaciones que no tenían ninguna relación con el marxismo o ideas revolucionarias, como “El Cubismo” ­porque creían que estaba relacionado con Cuba­ o “La Revolución de las Matemáticas” –texto educativo escolar–.

Pese a que las quemas eran conocidas en todo el país, sólo en 1987 el Gobierno Militar entregó la única versión oficial, a través del Ministerio del Interior, donde reconoció haber quemado libros. 15 mil copias de Las Aventuras de Miguel Littín clandestino en Chile de Gabriel García Márquez fueron a parar a una hoguera en Valparaíso el 28 de noviembre de 1986.

No hubo distinción al momento de exterminar cualquier origen de pensamiento izquierdista. Incluso altos cargos públicos se vieron afectados por la Operación Limpieza.

Leonardo León es profesor de Historia en la Universidad de Chile, y máster en Historia Latinoamericana. Su padre trabajaba como encuadernador, y el 10 de septiembre de 1973 fue visitado por el director de Policía de Investigaciones, Eduardo “Coco” Paredes. El ex director de la PDI dejó a cargo del padre de León cerca de 70 libros para empastar. Al día siguiente, fue asesinado.

La mayoría de los textos dejados por Paredes eran sobre revoluciones, por lo que después del 11 de septiembre, el padre del historiador le ordenó ir a verlos. León los tomó y los llevó a su casa. Luego del golpe, la familia del historiador decidió enterrarlos en el patio de su residencia “Lo que menos uno deseaba era que por una cosa así lo tomaran preso, porque en algún lugar iban a perder la pista que era por un libro –dice Leonardo–. Por temor a eso, escondimos los libros. Y de ahí no los volví a sacar”.

Un año y medio después del entierro, Leonardo cayó preso. Su familia se encontraba aterrada ante la idea de que se encontraran los libros. La misma noche que Leonardo fue llevado preso, fueron sacados los textos de su patio para ser quemados el 11 de agosto de 1975.

“Cuando yo me encontré con mi padre en Tres álamos –Centro de detención en dictadura–, como dos semanas después, me dice: ‘No te preocupes, porque quemamos los libros’. Yo estaba preso por otras razones. Lo que menos me acordaba era de los famosos libros”.

Aunque León, que en aquel entonces apenas era un estudiante de Pedagogía en Historia, sentía una gran curiosidad por los libros abandonados en el negocio de su padre, la Operación Limpieza logró imponer miedo ante él y muchos otros jóvenes.

Porque José Rodríguez fue sólo uno de los tantos mártires culturales en Chile, asesinados por portar libros considerados revolucionarios, y que sirvió como ejemplo del error que se cometía al poseer ejemplares tildados de izquierdistas ante todo un país.

– Cuando la palabra escrita o un libro se transforma en un enemigo –comenta León– es en realidad para decirle a todos que, incluso los libros, son motivos para que a ustedes los maten. Es más bien para infundir todo el terror, porque la palabra, en lo más mínimo, se transforma en resistencia.

Agradecimientos a la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales

@Leo_ChavezB

Cristóbal Chávez: Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile. Creador de Chile Sorprendente. Búscalo en Twitter como @Leo_ChavezB

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